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La covid persistente aqueja a los adolescentes

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La covid persistente aqueja a los adolescentes

Will Grogan tenía la mirada perdida en su tarea de biología de noveno grado. Period información que dominaba el día anterior, pero que ahora le resultaba completamente desconocida.

“No sé de qué me hablan”, dijo. La maestra y sus compañeros le recordaron lo bien que había respondido a las preguntas sobre el tema durante la clase anterior. “Nunca había visto esto”, insistió y se angustió tanto que la maestra lo mandó a ver a la enfermera de la escuela.

El episodio, a principios de este año, fue uno de los numerosos desajustes cognitivos que afectaron a Will, de 15 años, después de contraer coronavirus en octubre, además de problemas como fatiga y un fuerte dolor de piernas.

Mientras los jóvenes de todo Estados Unidos se preparan para volver a la escuela, muchos otros luchan por recuperarse de los síntomas neurológicos, físicos o psiquiátricos persistentes tras padecer COVID-19. La duración del conjunto de síntomas, conocido como “covid prolongada”, varía, al igual que su gravedad.

Los estudios calculan que la covid prolongada puede afectar a entre el 10 y el 30 por ciento de los adultos infectados por el coronavirus. En niños, las estimaciones del puñado de estudios realizados hasta ahora varían mucho. En una audiencia celebrada en abril en el Congreso estadounidense, Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, citó un estudio que sugería que entre el 11 y el 15 por ciento de los jóvenes infectados podrían “acabar con esta consecuencia a largo plazo, que puede ser bastante devastadora en lo que respecta a cuestiones como el rendimiento escolar”.

Los desafíos a los que se enfrentan los pacientes jóvenes se producen en un momento en el que los casos de COVID-19 pediátrico aumentan de manera appreciable, impulsados por la variante delta —que es muy contagiosa— y por el hecho de que mucho menos de la mitad de los jóvenes cuya edad oscila entre los 12 y los 17 años ya recibieron todas las dosis de la vacuna y los niños menores de 12 años siguen sin poder recibirlas.

Los médicos afirman que incluso los menores con infecciones iniciales leves o asintomáticas pueden experimentar una COVID-19 prolongada: afecciones desconcertantes y en ocasiones debilitantes que alteran sus estudios, sueño, actividades extraescolares y otros aspectos de su vida.

“El impacto potencial es enorme”, dijo Avindra Nath, director clínico del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares. “Están en sus años de formación. Una vez que empiezan a rezagarse, es muy duro porque los niños también pierden la confianza en sí mismos. Es una espiral descendente”.

Will, un Eagle Scout, talentoso jugador de tenis y estudiante muy motivado al que le gusta tanto estudiar idiomas que toma clases de francés y de árabe, dijo que solía sentir que “dormir la siesta es un desperdicio de luz del día”.

Pero la COVID-19 lo fatigó tanto que apenas pudo levantarse de la cama durante 35 días y estaba tan mareado que tenía que sentarse para no desmayarse en la regadera. Cuando volvió a la escuela secundaria en Dallas Texas, la niebla cerebral le hizo ver “números flotando fuera de la página” en la clase de matemáticas, olvidarse de entregar un trabajo de historia sobre los samuráis japoneses que había escrito días antes e insertar fragmentos de francés en una tarea de inglés.

“Se lo entregué a mi maestra, y me dijo: ‘Will, ¿son tus borradores?’”, dijo el muchacho, quien añadió que estaba preocupado: “¿Podré ser un buen estudiante de nuevo? Porque esto da mucho miedo”.

En el Hospital Infantil de Boston, donde un programa atrae a pacientes con síntomas de COVID-19 prolongada de todo el país, Molly Wilson-Murphy, especialista en enfermedades neuroinfecciosas en ese hospital, comentó: “Estamos viendo síntomas como fatiga, dolor de cabeza, niebla psychological, dificultades de memoria y concentración, trastornos del sueño, cambios constantes en el olfato y el gusto”. Dijo que la mayoría de los pacientes eran “niños que tuvieron COVID-19 y no fueron hospitalizados, se recuperaron en casa, y luego presentan síntomas que nunca desaparecen, o que parecen haberse recuperado y luego un par de semanas o un mes más o menos después, desarrollan síntomas”.

Amanda Morrow, codirectora de la clínica pediátrica pos-COVID-19 en el Instituto Kennedy Krieger de Baltimore, dijo que recibir un tratamiento temprano podría ayudar a la recuperación. Las clínicas pos-COVID-19 han notado que necesitan múltiples especialistas y enfoques que incluyen el ejercicio, la terapia cognitiva conductual, la modificación del sueño y los medicamentos para cuestiones como los problemas respiratorios y gastrointestinales.

“Todavía no tenemos ningún tipo de indicador que nos permita predecir quién se verá afectado, en qué medida y con qué rapidez se recuperará”, afirma Wilson-Murphy. “No tenemos ningún tipo de tratamiento mágico”.

Se sabe muy poco sobre la COVID-19 prolongada. Algunos síntomas se asemejan a las secuelas de las conmociones cerebrales y otras lesiones cerebrales. Otros, como el malestar posesfuerzo (cuando el esfuerzo físico o psychological aumenta el agotamiento) son similares a los síntomas del síndrome de fatiga crónica, dicen los expertos.

Otros pacientes desarrollan síndrome de taquicardia postural ortostática (POTS, por su sigla en inglés), que consiste en el mareo y la aceleración del ritmo cardiaco al ponerse de pie.

Algunos estudios indican una mayor proporción de niños mayores con problemas a largo plazo. Esto podría deberse a que algunos síntomas resultan más molestos para los adolescentes o a que, tras la pubertad, las hormonas pueden amplificar las respuestas inmunitarias, señaló Nath.

En abril, un estudio de la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido encontró que un 9,8 por ciento de los niños cuya edad oscila entre los 2 y los 11 años y un 13 por ciento de los menores de entre 12 y 16 años que contrajeron coronavirus presentaron síntomas que aparecieron cinco semanas después de la infección. Tras doce semanas, los porcentajes seguían siendo significativos: el 7,4 por ciento en el grupo más joven y el 8,2 por ciento en el grupo de mayor edad.

En otro estudio realizado en el Reino Unido, el 4,4 por ciento de 1734 niños presentaba síntomas más de cuatro semanas después de la infección por COVID-19, un porcentaje cuatro veces mayor que el de los que presentaban síntomas cuatro semanas después de contraer otro tipo de enfermedades , como la gripe. Alrededor del 2 por ciento de los pacientes con COVID-19 tenían síntomas después de ocho semanas.

Muchos pacientes jóvenes gozaban previamente de buena salud, dijo Laura Malone, una de las directoras del programa del Instituto Kennedy Krieger. Algunos médicos han visto en consulta a jóvenes con COVID-19 prolongada que tenían problemas previos como migrañas o ansiedad, pero no está claro si hay alguna conexión.

Antes de la pandemia, a Sierra Trudeau le diagnosticaron ansiedad tras el divorcio de sus padres, dijo su madre, Heather Trudeau. En mayo, seis meses después de contraer el coronavirus, los síntomas de la covid prolongada de Sierra seguían siendo lo suficientemente preocupantes como para hacer un viaje de más de 80 kilómetros al Hospital Infantil de Boston.

En una entrevista llevada a cabo esta primavera, Sierra, quien tiene 12 años, y su madre describieron la fatiga, los dolores de cabeza, el olvido y otros síntomas de la niña. Su madre le preguntó a Sierra: “¿Sientes que esto ha sido peor para tu ansiedad, y como, para tu salud psychological, tus emociones?”.

“Sí”, dijo Sierra en voz baja.

“Todo la hace llorar y así no es ella”, dijo Trudeau. “Ha sido muy difícil”.

Durante esa cita médica en mayo, que The New York Instances presenció, Jane Newburger, vicepresidenta de cardiología, le dijo a Sierra: “parte de lo que puede pasar es que te sientas pésimo y, ya sabes, te quedes sentada todo el día. Puedes perder condición física y entras en un ciclo del que es difícil salir”.

Pero Newburger le dijo: “no puedes obligar a alguien a que vuelva a ejercitarse porque entonces darás un paso adelante y dos hacia atrás”.

La doctora dijo que los exámenes del corazón de Sierra y otras pruebas no mostraron problemas fisiológicos importantes, igual que sucede con muchos pacientes pediátricos pos-COVID-19.

Nath, el especialista en infecciones del sistema nervioso, dijo que algunos problemas podrían originarse debido a una inflamación que daña los vasos sanguíneos, incluso en el cerebro.

Dijo que otra teoría period que “el sistema inmunitario de alguna manera se trastorna y luego es difícil apagarlo”, o que el virus residual o los fragmentos genéticos mantienen activadas las respuestas inmunitarias. “Es como si la canción se hubiera apagado, pero la música persistiera”, dijo.

Una señal positiva para Sierra es que sus sentidos del olfato y el gusto regresaron durante la primavera.

A fines de julio, Trudeau dijo que los síntomas de su hija Sierra habían mejorado, en parte por los nuevos medicamentos antidepresivos y ansiolíticos, aunque “su nivel de energía aún varía de un día a otro”.

“Maldita sea, ¿por qué estoy siempre tan enfermo?”, se preguntaba Messiah Rodriguez, de 17 años. Antes de contraer COVID-19 cerca del Día de Acción de Gracias, nunca había tenido problemas de salud, dijeron él y su madre, Kimmie Ezeike.

Messiah, un vigoroso alero y base en el equipo de baloncesto de su escuela y en otros equipos temporales, tuvo que dejar de jugar después de que en dos partidos tuvo que salir corriendo de la cancha y vomitar en su mochila.

“Nunca me había pasado algo parecido y he practicado deportes toda mi vida”, dijo. Hace poco volvió a intentar jugar baloncesto, pero le dolía la espalda y un traumatólogo le aconsejó que se tomara otro descanso.

“Messiah quizás sea uno de los niños más afectados que he visto”, afirmó Alexandra Yonts, directora de una clínica de atención prolongada para COVID-19 del Hospital Nacional Infantil de Washington D. C.

Messiah también ha desarrollado problemas de salud psychological después de tener covid y está tomando medicamentos para la depresión y la ansiedad, y visita a un psicólogo semanalmente.

“Es como una ansiedad social”, dijo Messiah. Solía sentirse cómodo hablando y socializando, pero después de la covid, dijo: “evitaba a la gente para no tener que entablar una conversación”.

Se le diagnosticó un trastorno de adaptación, una condición que Yonts describió como el desarrollo de depresión, ansiedad u otros problemas psiquiátricos en respuesta a eventos determinantes de la vida. En el caso de Messiah, el desencadenante “podría ser la covid y la enorme respuesta inmune que ocasiona”, dijo.

Ocho meses después, algunos de los síntomas de Messiah han remitido. Otros, como la dificultad para respirar al subir escaleras, continúan, cube su madre.

En las clases, Messiah, un estudiante del cuadro de honor , dijo que “sentía como si tuviera la cabeza en otra parte”.

Durante una cita médica de junio en el Hospital Nacional Infantil a la que el Instances asistió, Abigail Bosk, reumatóloga, le dijo al chico que su fatiga pos-COVID-19 period más debilitante que el easy cansancio. Su atletismo, aseguró, debería ayudar a la recuperación, pero “no es algo que se pueda acelerar”.

Yonts señaló que el plan de tratamiento de Messiah, incluida la fisioterapia, se asemeja al tratamiento para las conmociones cerebrales. Para el verano, la doctora le recomendó “tratar de dar a su cerebro un descanso, pero también desarrollar resistencia poco a poco para aprender y pensar de nuevo”.

Messiah conserva al menos dos aficiones: tocar el piano y escribir poesía.

“No quiero presumir, pero siento que soy un escritor bastante bueno”, dijo. “Todavía puedo escribir. Es solo que a veces tengo que pensar más de lo que solía hacer antes”.

A veces, Miya Walker se siente como antes. Pero después de unas cuatro a seis semanas, la fatiga extrema y las dificultades para concentrarse vuelven a aparecer.

Esta montaña rusa ha durado más de un año. Cuando en junio de 2020 se enfermó con la covid, Miya, de Crofton, Maryland, tenía 14 años. A fines de agosto, cumplirá 16.

En cada ocasión, “pensamos, se va a terminar”, dijo su madre, Maisha Walker. “Luego volvía a ocurrir, y period muy decepcionante para ella”.

“Estamos viendo que para algunos pacientes los síntomas pueden ser más cíclicos”, dijo Malone, del Instituto Kennedy Krieger. “Con otros, estamos viendo una lenta mejora gradual con el tiempo”.

Miya ha sido paciente en el Kennedy Krieger desde enero, algo que, según dijo su madre, ha sido “un gran alivio, porque así no estábamos solas en esto, y period algo que no estaba solo en nuestra imaginación”.

Miya recibió clases y facilidades de los maestros, pero “su promedio de calificaciones”, que period muy alto, “bajó de manera drástica”, dijo su madre. “Es mucho más fácil distraerse cuando estás agotado”, dijo Miya, quien también se siente “muy mareada, muy fácilmente”.

Se inscribió hace poco en clases de baile para reanudar su pasión por el ballet, el faucet y otros estilos. Pero a sus médicos les preocupaba que en este momento sea demasiado para su cuerpo.

“No fue una recomendación que le dimos a la ligera, pues sabemos que el baile le da mucha alegría, lo cual también es importante para la recuperación”, dijo Malone.

En cambio, está comenzando fisioterapia acuática. “De verdad amo mucho el baile”, dijo Miya. “Pero no puedo verme moviéndome demasiado rápido”.

“La parte más aterradora”, comentó Will, el adolescente de Dallas, period acudir a las consultas y que la respuesta de los médicos fuera “‘Vamos amigo, tómatelo con calma. Vete a descansar’. No los puedo culpar. Eso es todo lo que podían decirme”.

Will y su familia se desconcertaron e insistieron.

“Se sabe tan poco y uno como padre tiene un sentimiento de impotencia”, dijo su madre, Whitney Grogan.

Con algunas tareas y exámenes fáciles, Will pudo mantener sus buenas calificaciones. Unos seis meses después de enfermarse, entró en el equipo universitario de tenis, pero su excelente coordinación ojo-mano no period la misma.

“Simplemente no le daba a la pelota para nada”, dijo. “Y me decía a mí mismo: ‘Vamos, Will, ¿qué te pasa?’”.

Como le dolía el pecho y la pierna izquierda, fue a ver a la doctora Kathleen Bell, jefa de medicina física y rehabilitación del Centro Médico UT Southwestern. Ella le recomendó esforzarse, pero no excederse. “Tuvimos que sacarlo a rastras de la práctica excesiva del tenis”, dijo.

Con el tiempo, jugó partidos. Sus síntomas han mejorado en gran medida, pero aún no se ha recuperado por completo.

“No soy un tipo que se tire al drama, pero esto me ha hecho preocuparme más”, comentó Will. “Mi thought de la COVID-19 antes de padecerla period: Sabes qué, si me enfermo, me recupero y tendré los anticuerpos y estaré bien. Pero, por Dios, no quiero volver a pasar por eso nunca. Nunca”.

Pam Belluck es una reportera de ciencia y salud cuyos galardones incluyen un Premio Pulitzer compartido en 2015 y el premio Nellie Bly a la mejor historia de primera plana. Es autora de Island Follow, un libro sobre un physician peculiar. @PamBelluck